
Se estima que aproximadamente una de cada cien personas en el mundo experimenta algún tipo de trastorno del espectro autista (TEA). Es por esto que expertos de la Comisión Nacional de Salud Mental y Adicciones (Conasama) han llamado a crear conciencia social sobre esta condición.
Profesionales en neurología, psiquiatría y salud mental explican que el TEA implica un desarrollo cerebral atípico, lo que resulta en dificultades en la interacción social y en la integración a la vida comunitaria de quienes lo padecen.
Los síntomas suelen manifestarse desde la infancia, afectando al desarrollo neuronal y cerebral.
El TEA se clasifica junto con el trastorno por déficit de atención, los trastornos del aprendizaje y los trastornos del desarrollo intelectual (antes conocidos como retraso mental).
Es importante destacar que los TEA no son considerados enfermedades en el sentido tradicional, ya que no cumplen con los criterios específicos para ser diagnosticadas mediante estudios de imagen o de laboratorio. El diagnóstico se basa completamente en evaluaciones clínicas.
Para diagnosticar el TEA, se realiza una entrevista clínica no solo al paciente, sino también a familiares, cuidadores, profesores y compañeros, con el fin de recopilar información sobre diferentes contextos. Esto permite confirmar que los síntomas se presentan de manera consistente.
Las personas con TEA suelen tener dificultades en la comunicación y el lenguaje, así como patrones de comportamiento repetitivos y restringidos. Algunas pueden presentar ecolalia, que es la repetición involuntaria de palabras o frases.
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La falta de balbuceo en el desarrollo del lenguaje puede ser un indicio de TEA y se ha observado que los infantes con esta condición muestran dificultades en la comunicación socioemocional, como evitar el contacto visual y la falta de reciprocidad social.
Además, pueden presentar dificultades en el juego simbólico y un interés marcado por objetos específicos. Algunos también pueden tener hipersensibilidad o hiposensibilidad a los estímulos sensoriales.
Aunque no se conoce la causa exacta del TEA, se han identificado algunos factores de riesgo, como la edad avanzada de los padres al concebir, fumar durante el embarazo y la exposición a ciertos productos químicos durante la gestación.
Es fundamental realizar consultas periódicas con el pediatra para monitorear el desarrollo socioemocional del niño durante los primeros mil días de vida, ya que esto puede ayudar a identificar signos de TEA tempranamente. Un diagnóstico rápido permite una intervención temprana y mejores perspectivas de inserción social a través de la rehabilitación.