
No es sorprendente que uno de los platillos más representativos de la gastronomía mexicana tenga un día especial para celebrarlo, reconociendo tanto su valor nutricional como su importancia cultural. El taco es un símbolo de la identidad culinaria de México, un emblema de su cocina que refleja con orgullo la riqueza gastronómica del país.
Aunque su estructura es simple, esto no le resta mérito, ya que precisamente en su sencillez radica su grandeza. La facilidad con la que se prepara y la posibilidad de combinar una amplia gama de sabores y texturas lo convierten en un platillo versátil, capaz de satisfacer hasta los paladares más exigentes.
Un buen taco se compone esencialmente de tres elementos: la tortilla, el relleno y la salsa.
La tortilla de maíz es el pilar fundamental, pues proporciona la base del taco. Su tamaño varía según el tipo de taco, ya que los de suadero o al pastor suelen requerir tortillas más pequeñas, mientras que los de guisado o carnitas se sirven con tortillas de tamaño regular.
El relleno es el componente que da diversidad al taco, ya que prácticamente cualquier platillo puede convertirse en uno. Así nacen los tacos de guisado, mientras que otros se especializan en un tipo de carne en particular, como los de carnitas y al pastor, elaborados con carne de cerdo, o los de suadero y bistec, que provienen de la carne de res.
Clasificar los tipos de tacos es una tarea desafiante debido a la enorme variedad que existe en México. Sin embargo, algunos de los más populares son:
Tacos al pastor
Tacos de canasta
Tacos dorados
Tacos de barbacoa
Tacos de carnitas
Tacos de guisado
Tacos de carne asada
Tacos de suadero
Tacos de pescado
Tacos de bistec
Tacos de cochinita
Entre muchos otros más.
Finalmente, la salsa es un complemento esencial en un taco, ya que intensifica y realza los sabores. No se puede hablar de tacos sin mencionar la importancia de la salsa, pues ambos forman una combinación perfecta.
Un dato curioso es que, en México, los tacos no siempre fueron consumidos por toda la población. Durante el Porfiriato, este platillo era considerado una comida de las clases populares, especialmente de obreros, campesinos y trabajadores. Sin embargo, después de la Revolución Mexicana, su consumo se generalizó y llegó a todos los niveles sociales, convirtiéndose en un elemento indispensable de la gastronomía mexicana.